Séptima entrega de los Óscars y séptima entrega del reto

Hay películas que establecen un antes y un después en la historia del cine. Nos gusten o no. Lo merezcan o no. Para bien o para mal. Pero esas cotas aparecen y después nada volverá a ser lo mismo. El cambio es en ocasiones sutil y solo a posteriori se puede ir rastreando esa influencia. En otras, es un mazazo. Remueve los cimientos del aparato cinematográfico y, de repente, el mundo ha cambiado. Pienso en películas como La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), La matanza de Texas (Tobe Hopper, 1974), Intolerancia (David W. Griffith, 1916), Faces (John Cassavettes, 1968), Star Wars (George Lucas, 1977), Tiburón (Steven Spielberg, 1975), Al final de la escapada (Jean Luc Godard, 1960), entre otras muchas y por citar las más conocidas.

Y Godzilla (Ishiro Honda, 1955) porque es un lagarto gigante que escupe rayos radioactivos y muy pocos hechos cinematográficos pueden molar más que esto. Jason Voorhes, quizá.

La película de la que hablaremos hoy es una de éstas. No solo su influencia se siente hoy en día, si no que inventó un género cinematográfico nuevo. Ganó cinco Óscars y aún hoy se cita como ejemplo clásico. Nada mal para una película que nadie quería hacer.

27 de febrero de 1935.
Séptima entrega de los premios de la Academia.
Por primera vez se entrega a las películas hechas el año anterior (hasta ahora el tema de las fechas que entraban en la terna era bastante liado) y la categorías aumentaron hasta dieciséis (e imagino que el aburrimiento de seguir la ceremonia, también).

¿Quién ganó?


Pues fue Sucedió una noche, dirigida por Frank Capra con Clark Gable y Claudette Colbert con guión de Robert Riskin. Y todo ellos se llevaron el premio a casa. Película, director, actor, actriz y guión. El pleno. Cinco nominaciones, cinco premios.

Solo Alguien voló sobre el nido de cuco y El silencio de los corderos consiguieron después ganar los cinco premios principales.

Muy buena película que inventó el género de comedia romántica tal y como la conocemos hoy en día y sentó las bases para la screnwall comedy que reinó en los años siguientes. Una joven heredera a la fuga, un periodista sin escrúpulos que solo quiere conseguir una historia y un viaje en autobús. Ya sabemos lo que pasa y cómo acaba, pero nos lo cuentan muy bien.

Resulta curioso porque es una película de esas que nadie quería hacer. Un montón de actrices rechazaron el papel y a las que les interesaba o no las cedían (caso de Bette Davis) o tuvieron problema de agenda (Carole Lombard, que lo hubiera bordado). El guión no gustaba a nadie y estuvo dando tumbos.

Claudette Colbert lo hizo de mala gana, odiando cada minuto y sin ganas de colaborar con Frank Capra al que no soportaba porque la primera película que hicieron juntos fue un rotundo fracaso y ella lo culpó a él.


La leyenda dice que Clark Gable hizo la película como castigo con su productora porque se había quejado de los papeles que siempre le tocaban (de malo canalla y carismático) y que tampoco estuvo muy colaborador en el rodaje.


Otra de las leyendas en torno a la película dice que la escena en la que Clark Gable apareció sin camiseta en la habitación de hotel, a parte de suspiros y calores, provocó que las ventas de camisetas interiores descendieran en picado y no se recuperaran hasta que Marlon Brando se la puso en Un tranvía llamado deseo.


Ava Gardnerd (todos en pie) menciona este momento de forma explícita en su divertidísima autobiografía como el inicio de su despertar sexual.

Frank Capra se arrancó el machete que llevaba clavado en el pecho por la jugarreta de la ceremonia del año pasado (mirad qué paso en el enlace) y se dispuso a reina durante el resto de la década de los treinta y parte de los cuarenta.


Me gusta este director. Sí, es conservador y en ocasiones demasiado sensiblero, pero sabe componer una escena como pocos con el ritmo adecuado y los cambios de todos precisos (la escena del paseo nocturno de James Steward y Donna Reed en Qué bello es vivir es perfecto).

La película recibió buenas críticas alabando los díalogos, el ritmo que le impuso Capra y lo estupendos que estaban ambos protagonistas. Fue un éxito moderado tirando a bajo en las grandes ciudades, pero en la zona rural de Estados Unidos y en las ciudades medianas / pequeñas un exitazo. Se cuenta porque se identificaron con unos personajes que no pertenecían a la alta sociedad ni porque hubiera un despliegue indecoroso de lujo.

¿Qué más pasó ese año?
A Shirley Temple le dieron un premio honorífico por ser tan mona, tener tantos hoyuelos, bailar tan bien en las escaleras y hacer tantísimo dinero en taquilla.


Y como ella era chiquita, le dieron un premio chiquito.

En la categoría de mejor actriz hubo un jaleo considerable.
Había tres nominadas. La que fue ganadora, Claudette Colbert. La soprano Grace Moore por Una noche de amor (que no he visto) y Norma Shearer por la película histórica The barrets of Wimpole Street. Pues bien, ese mismo año Bette Davis había hecho una de las grandes interpretaciones de su carrera en la película Servidumbre humana que adaptaba la novela del mismo título de Somerset Maugham


y se consideró que el hecho de que no fuera nominada fue un desaire por parte de la Academia por vete a saber qué motivos (la película no dio dinero, Bette Davis era una actriz problemática porque exigía papeles más complicados y desafiantes y se negaba a permanecer callada en un momento en el que a los actores solo se les pedía que se callaran y estuvieran guapos en pantalla). Hubo quejas por parte de los colectivos de actores, se pidió a la Academia que publicaran los votos recibidos, Norma Shearer se pusó del lado de Davis para exigir su presencia... Uno de esos escándalos tan bien recibidos que alegran el habitual sopor de estos premios.

¿Y el resto de las nominadas?

Hay una película que me gusta mucho como es La cena de los acusados basada en la estupendísima novela de Dashiell Hammet, El hombre delgado (y que es su título original).


Una deliciosa comedia de misterio y oda al alcoholismo irresponsable con unos estupendos William Powell y Mirna Loy (una de las actrices más populares de la historia del cine americano y que fue ninguneada como pocas al no recibir jamás una sola nominación a un premio lo que resulta inconcebible). La película fue un éxito tan grande que insitucionalizó a Powell y Loy como pareja cinematográfica e inició una saga con los mismos personajes que ya no me gusta tanto. De forma progresiva las películas son menos alcohólicas, menos divertidas y más conservadoras. Tener un hijo no les sentó bien.

Cleopatra de Cecil B. de Mille es tan absolutamente hortera y kitch que solo se la puede amar. Hace año que no la veo (muchos años), pero me gustó en su momento. Además, soy muy fan de esas revisiones históricas de Hollywood donde la leyenda y la estética siempre quedan por encima de la verosimilitud.


La alegra divorciada es uno de esos musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers tan encantadores como desfasados que tanto me obsesionaron cuando era pequeño.


Ganó el premio a la mejor canción por The Continental en el primer año que se daba este premio.


El premio a mejor guión original se lo llevó El enemigo público (Manhattan melodrama) de W. S. Van Dyke y protagonizada por William Powell, Mirnay Loy y Clark Gable.


Esta película ejemplifica a la perfección el daño que ocasionó el código Hays que había entrado en vigor el año anterior convirtiendo las películas en vehículos morales. Esta película tiene la historia de una película de acción precode (la ambigüedad moral, lo absolutamente atractivo y simpático que es el personaje del mafioso interpretado por Gable, la turbiedad de un romance a tres, etc.) con la carga  de moralina y el impuesto final justiciero aún si iba en contra de la propia película (ese monólogo final de William Powell condenando a su amigo de la infancia, el postizo final feliz para el matrimonio, etc.).

Es una película entre dos épocas, entre dos sensibilidades. El nuevo Hollywood moralista y falso que se quiso imponer para salvaguardar la moral de los espectadores. Por suerte pronto empezaron a saber esquivar esas normas entre la serie B, directores con habilidad para el subtexto y otros etcéteras, pero el daño estaba hecho. Una película interesante, entretenida y frustrarte a partes iguales. Un día de estos escribiré más sobre ella.

Y por hoy ya está que está edición ha salido muy larga.
Próximamente, más.

LA BRUJA DE LA VERDAD de Susan Dennard

Como diría el chaval de casa, pues tan bien.

La bruja de la verdad, Susan Dennard
Hidra Editoria, trad. de Carlos Loscertales

Después de tantas lecturas y tantísimas novelas juveniles de corte fantástico cuesta encontrar una novela que sorprenda y guste de verdad. En general las novelas se leen de forma más o menos agradable y acaban con el simple y temible comentario de "está bien". Se deja en el primer hueco que encontramos en las estanterías y a otra cosa. Meses después sale la segunda parte y no se lee porque no te acuerdas muy bien de lo que pasó y, seamos sinceros, no te gustó tanto como para continuar.

Con La bruja de la verdad no ha pasado esto.
La bruja de la verdad me ha gustado mucho.
Me he sorprendido mirando por internet si la continuación ya se había publicado en su país de origen (lo que nunca hago) e incluso plantándome que si algún día los cuentos complementarios se publican tendré que conseguirlos. ¿Y por qué me ha gustado tanto?

Por Safiya e Iseult.

Pero, ¿de qué va?
Atención que entra la sinópsis de la editorial.

En un continente gobernado por tres imperios (que no se llevan bien entre ellos, claro), algunos nacen con una "brujería": una habilidad mágica que los distingue del común de los mortales. 

Safiya es una bruja de la verdad: tienen el poder discernir si alguien está contando una mentira (lo que en ocasiones no le sirve de nada sobre todo si quien tiene delante tiene una buena sonrisa, músculos y es un poco lento). Es un don codiciado y muchos matarían con tal de hacerse con él, especialmente los nobles. Así que Safi (para las amigas) debe mantener oculto su poder si no quiere que la usen como peón en la lucha entre los imperios.

Iseult, una bruja de los hilos, puede ver los lazos invisibles que relacionan las vidas de los que la rodean; todos menos los que están en contacto con su propio corazón. Su amistad con Safi la ha llevado de ser una marginada a vivir increíbles aventuras en las que siempre actúa de manera impulsiva (esto no lo tengo tan claro porque creo recordad que la que suele enfrentarse a los problemas tirando de improvisación es Safi).

Safiya e Iseult tan solo quieren vivir sus propias vidas, pero una guerra está a punto de asolar las Tierras Embrujadas. Con la ayuda del astuto príncipe Merik (un brujo de viento que además es corsario y que tiene un jaleo con su familia de aúpa), las dos amigas deberán huir de un impaclabe brujo de la sangre (¿seguro que es malo?) cegado por su afán de venganza (orgullo) y hacer frente a emperadores, príncipes y mercenarios que no pararán hasta conseguir capturar a una bruja de la verdad.

Un buen universo y unas relaciones entre los reinos complejas, pero no confusas. Excelente sentido del ritmo y de la acción, mucho sentido del humor en los personajes y en sus relaciones, pero lo que más me ha gustado es la relación entre las dos protagonistas, Safiya e Iseult.

Son amigas.

Y sí, es algo triste que llame la atención esa relación de amistad, pero no es tan usual encontrarlo en las novelas. De forma general, las protagonistas suelen volar solas. Son hurañas, desconfiadas y es a fuerza de paciencia cuando se consigue sortear ese muro de dureza que las rodean (y suele ser un chico quien lo consigue). Si tienen amigas son personajes secundarios que solo sirven como contrapunto a la protagonista para hablar de la protagonista y destacar lo buena amigas que es o lo valiente o... Una amistad de iguales no es tan común donde no haya un punto de competición, de desconfianza, etc. (o a lo mejor es que no he sabido encontrar esas novelas). Ahora mismo recuerdo como ejemplos de grandes historias de amistad en novelas de fantasía Vampire Academy e Hija de humo y hueso.

Aquí no. Hay un retrato de dos amigas y su amistad es el centro y motor de la novela. No los ojos del chico o una competición entre ellas, si no el amor que se profesan y el ser lo más importante lo una para la otra. Una amistad compleja, complementaria (Safiya es más metepatas e Iseult más seria y práctica) y muy intensa y que consigue que el lector se haga suyos estos dos personajes y quiera acompañarlos el resto de la novela.

Una novela de aventuras que funciona muy bien por el resto de personajes, por la trama y por las relaciones entre el resto de personajes con las protagonistas (una historia de amor cocida de forma lenta y terriblemente divertida mirando a los clásicos de la screnwall comedy) como en el retrato de los secundarios (cada uno con su propia historia; más que simple comparsas de los protagonistas). Rápida, adictiva, divertida. Un excelente primer volumen y una muy buena novela de aventuras que sin ser nada nuevo o diferente, consigue parecerlo. Muchas incógnitas sin resolver (¿por qué Safiya es tan importante?) que dejan hambre de más.

Vamos, que muy bien. Ojalá encontrarme con cuatro o cinco novelas como ésta cada año.

Dos temporadas en el infierno

Una mujer y su amante abandonan al marido de ella en el desierto para que muera. Parece un plan perfecto; un terrible accidente. Pero no contaban con sus ganas de vivir (y de vengarse).


Así, a lo bruto empieza una de esas joyas ocultas del cine americano de los cincuenta. Dirigida por el artesano (benditos sean) Roy Ward Baker e interpretada por


y en maravilloso Technicolor.

La película es una muestra de cine negro que abandona el territorio urbano para perderse en la inmensidad del desierto donde un tipo no especialmente agradable se verá obligado a sobrevivir a base de ingenio y suerte y más si contamos que tienen una pierna rota.


La película es un ejemplo de lo mejor del cine de la época; dura, sin concesiones, corta, al grano, con todos los elementos funcionando para dar al espectador una hora y media de tensión y angustia. No hay alivios cómicos, no hay búsqueda de espectros amplios para buscar la mayor cantidad de público posible, no hay ni un personaje de más ni el alivio cómico que tanto daño está haciendo hoy en día.


A los pocos días me topo en un mercadillo de segunda mano con una novela que parece una relectura de esta película. Estoy convencido de que John Ives (uno de los muchos seudónimos que utilizó Brian Gardfield) se empapó de la película de Roy Ward para escribir Miedo en un puñado de polvo.


Un preso fugado de un psiquiátrico abandona en el desierto a los cuatro psicólogos que le encerraron. A partir de ahí, supervivencia bajo la atenta mirada de alguien que los quiere muertos, pero que antes deben sufrir.

Miedo en un puñado de polvo es una novela de consumo rápido escrita con el envidiable oficio del artesano (¿ya he dicho que benditos sean?) que pese a algún momento forzado (ese triángulo amoroso que no conduce a ninguna parte y que está metido porque algo de amor debe haber), resulta efectiva, dinámica, adictiva y muy divertida. Sobrevivir en condiciones extremas, las relaciones de desconfianza que se establecen entre los cuatro, la presencia amenazadora del secuestrador, los buitres, el paisaje infinito y hostil. La novela capta muy bien la opresión de los espacios abiertos y tiene el encanto maravilloso de la serie B donde sí, los límites de la credibilidad se fuerzan, pero entra dentro del juego que se propone.

Me entero escribiendo esto que hay una adaptación al cine de la novela (imagino que debido al éxito de El justiciero de la ciudad se buscó repetir adaptando otras novelas del autor) de la que no he leído muchas cosas buenas (aunque tampoco hago mucho caso de lo que leo... si lo hiciéramos creeríamos que Detention (2011) es una mala película y no la joya paródica que es) y que supongo que en algún momento acabaré viendo.

Aunque solos sea por su maravilloso (y absurdo) póster.