"Cinder" de Marissa Meyer

Cinder. Crónicas lunares I, Marissa Meyer, Montena, 2011
Cinder. Cròniques lunars I, Marisa Meyer, Estrella Polar, 2011

Hace un año más o menos andaba yo perdido en la vorágine de Sant Jordi y no le presté mucha atención cuando Cinder llegó a la librería. Hice la pila con los ejemplares de novedades y me olvidé de ella hasta el momento de las devoluciones post-Sant Jordi. Una pena, porque en su momento me perdí una buena novela juvenil. La excusa de la publicación de su continuación, Scarlet, ha hecho que volviera la vista a Cinder y  me la leyera este pasado fin de semana. Y oye, me ha gustado. Mucho. Y tiene el honor de convertirse en la primera novela juvenil que me acabo este año porque he abandonado los anteriores libros antes de la página 100.  Buen año lector, malo para lo juvenil. Ya volveremos con ellas.

Cinder no es más que una versión libre del cuento de la Cenicienta, pero esto ya lo sabéis. Versión, que no adaptación porque coge la base del cuento (la huérfana machacada a trabajar, la madrastra malvada, el príncipe, el "zapato") y lo traslada a una tierra futura tras una Cuarta Guerra Mundial, donde se convive en una frágil paz con los lunares, terrestres que fueron a colonizar la luna y evolucionaron por su cuenta. Elimina elementos del cuento (la aparición explícita de un hada, por ejemplo) y guiña a otros por medio de unos subrayados un poco molestos (no era necesario cargar las tintas en que el coche es un correlato de la carroza... ya lo hemos pillado).  Conserva un príncipe matizándolo, una madrastra y hermanastras muy matizadas y una protagonista donde se elimina ese irritante cariz pasivo que tiene la Cenicienta del cuento a la que o se lo hacen, o se pasa la historia llorando en la ceniza. La Cenicienta de la novela no es pasiva y no es víctima.

Cinder es un ciborg, mezcla de elementos cibernéticos y humanos. Una paria casi sin derechos en una sociedad donde la convivencia de humanos y robots es algo normal. Un personaje interesante, bien construido, trabajado, matizado y con el que es sencillo empatizar. Trabajadora, luchadora y sí, se enamora, pero sin resultar empalagosa, ni obsesiva, ni pesada y sabiendo cuáles son las prioridades del momento. Para que nos entendamos, y es algo que como lector he agradecido mucho, Cinder no se anula ante la presencia o recuerdo del príncipe  Por mucho amor, hay prioridades.

La historia es una mezcla de intrigas palaciegas y políticas, superación personal, secretos que se descubren y presentación de un mundo literario muy interesante y bien construido  Con elementos de fantasía y ciencia ficción, el marco resulta creíble y atrayente. La intriga política en su sencillez funciona y el elemento de la plaga juega a favor de la paranoia. Eso sí, la trama en sí resulta agradablemente previsible. El lector ya sabe qué sucederá en la historia, pero ésta discurre de una forma tan agradable y bien explicada que no importa. A veces creo que el elemento sorpresa y el giro imprevisto de argumento están algo sobrevalorados. Prefiero que me expliquen bien, con estilo y gracia una historia que conozco a que me llenen de giros imprevisibles y sorpresas gratuitas en una historia que no se aguanta (y sí, estoy pensando en mi poco querida serie de Insurgente).

Y una villana. De las buena. Un malo, malo, pero con gracia y chispa y en la que se percibe la amenaza. Levana, la reína de la luna. Grácil, hermosa, cruel, intrigante y con fobia a las superficies reflectantes (¿vemos por donde va la cosa?). Un buen villano que se prevé irá creciendo novela tras novela como algo más que una amenaza.

Vamos, que con Cinder me lo he pasado realmente bien. No es una novela perfecta. Ya he comentado que la previsibilidad de su argumento pueda hacer que algún lector se tire para atrás (pero como ya he comentado, yo la he encontrado muy agradable) y su tercio final adolece de algunas páginas de relleno que en mi opinión cargan un poco el ritmo de la novela (sobre todo en la escena del baile). Pero esto no ha sido ningún obstáculo para el disfrute de la novela. Supongo que el no esperar nada de ella ha sido lo mejor. Más aún, el no haber leído ninguna reseña, opinión o crítica de Cinder, su argumento de contraportada o las frases promocionales que me han hecho encarar la lectura de esta historia sin saber de qué iba y qué me iban a explicar.

Y así encararé la lectura de Scarlet. No quiero saber nada de ella. En un par de días me pongo.


Otras opiniones
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Fantasy book critic

"Seguros mortales" de Claudia del Moral. Segunda entrega

(pincha sobre el enlace)

Desconozco cuánto tiempo estuve sin sentido. Recuerdo que cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue una mirada fría, muerta, cruel y amenazadora que me observaba sin parpadear. Ahogué un grito y me llevé una mano a la cara. Aunque no fuera guapa no quería que el atacante me dejara alguna marca o señal que me empeorara. Pasaron unos segundos y nada sucedió. Venciendo el miedo, descubrí mi rostro y miré a mi alrededor. Estaba en mi casa, tumbada en mi cama y rodeada de todos los animales disecados que Jasper nos regalaba cada navidad. Quien me miraba de esa forma no era más que Frufrú, el mochuelo disecado de hace tres inviernos que sostenía entre su pico a Don Calcetines, un ratón moteado de tres patas y medio intestino. No pude evitar una carcajada que murió al poco de nacer.
Los recuerdos de la noche me golpearon como una toalla mojada en las nalgas.
¡Me había atacado un vampiro!
Pero eso era imposible, ¿no?
Y... ¿cómo había llegado a casa?
Lo último que recordaba era salir del trabajo, cortar por el callejón y... a partir de ese punto todo se hacía confuso. Recordaba a un borracho que se acercaba a mí con amenazas, pero poco más... ¿de dónde había sacado la idea de que me había atacado un vampiro? Era ridículo. Los vampiros no existen y si existieran serían como los de las novelas, jóvenes, guapos, atormentados, sensibles y románticos. No bestias sedientas de sangre... virgen.
Incluso en la soledad de mi cuarto una extraña mezcla de orgullo y vergüenza me inundaba cuando pensaba en esa palabra.
¿Y cómo había llegado a mi cuarto? Aparte las sabanas y salí de mi cama. Llevaba puesto mis boxers de dormir y una camiseta ajustada. No recordaba haberme puesto estas prendas como no recordaba llegar a casa. Con una extraña sensación de inquietud recorrí mi hogar. Los platos fregados, la ropa recogida, los cuadro colgados... ¿Cuándo había hecho todo eso? ¿Cuándo había ordenado todas las fotografías de siete veranos, hecho una tarta de caramelo y vainilla y tejido unas bufandas a los niños pobres?
- Automatismo - dije en voz alta -. A veces hacemos acciones que de tan cotidianas no las recordamos, ¿verdad Señor Pantalones Sucios - le dije a la zarigüeya disecada que hacía las veces de perchero.
Fui al cuarto de baño. Estaba reluciente y recogido. Pues sí que trabajé anoche, pensé. Me quité la camiseta y me contemplé en el espejo. Demasiado grandes. Ahogué un suspiro de resignación y me quité los boxers.
No podía ser... Me quedé sin respiración contemplándome en el espejo.
Tenía el pubis rasurado.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Dónde estaba mi selva negra? ¿En qué momento? ¿Con qué? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Lo había hecho yo? Y si yo no había sido, entonces, ¿quién? No quería ni plantearme esa opción aunque no dejaba de pensar en unos ojos color miel y una voz profunda y grave me decía que estuviera tranquila.

Me duché a toda prisa y me vestí sin tener en cuenta si esa semana repetía ropa. Salí de casa y me fui al trabajo. A pesar de las capas de ropa, me sentía desnuda. Expuesta. Palpitando. En carne viva. Sentía las miradas de los desconocidos posadas en mis muslos, juzgando. Llegué al trabajo algo aturdida y me enfrasqué en unos informes pendientes sobre nuevos usos químicos para la conservación de las vísceras.
- Pst - chistó Darla - ¿te acuerdas de lo que hablamos ayer, verdad?
- Sí - dije -. Te prometí que te acompañaría a esa nueva correduría y lo haré.
- Correduría Seguros inmortales... ¿suena bien, verdad? Me llamo Darla, señora del agente que trabaja en la correduría Seguros inmortales - me miró esperando un gesto de complicidad por mi parte -. ¿Qué te pasa? Estás muy seria.
- No he dormido bien.
- Pues no lo parece. Tienes cara de que anoche te hicieran un buen trabajo de digitopuntura. Ya me entiendes.
- Sí, te entiendo. Pero ahora déjame... estos informes no se leerán solos.

La mañana pasó sin muchos incidentes salvo las típicas y muy cansinas protestas de grupos ecologistas que disentían con el derecho de todo animal de ser convertido tras su muerte en un práctico y divertido objeto decorativo. Ya estábamos acostumbrados a tener que lidiar con la incomprensión de un grupo de amargados y sus insultos, amenazas y atentados no tenían ninguna influencia sobre nosotros. Terminé con los informes, ayudé a Jasper a destripar una gacela peruana y antes de las cinco ya me encontraba con Darla caminando hacia el Paseo Marítimo.
- ¿No estás nerviosa?
- No mucho, Darla.
- Yo me pongo mala cuando llegan especímenes nuevos... tengo los pezones cantando un aleluya. Espero que están buenos, sean cachondos y les gusten las chicas fáciles.

El Paseo Marítimo. La calle más popular y concurrida de la ciudad. Un lugar lleno de vida, discotecas, restaurantes y corredurias de seguros. Lugares donde pasarlo bien, disfrutar, reírse y enamorarse. Un lugar de la ciudad al que no solía ir porque no era para mí. Además, siempre me había resultado algo deprimente un Paseo Marítimo sin mar. Contrades era la única ciudad sin salida al mar que tenía un paseo marítimo. El antiguo alcalde Vivancos, conocido por su megalomanía y proyectos faraónicos, lo hizo construir en previsión del tan temido cambio climático.
Darla hablaba y hablaba. La sabía nerviosa porque su voz era más aguda de lo habitual y su escote, más bajo. Había tenido mala suerte con los hombres. O la dejaban, o se suicidaban, o estaban casados, muertos o no existían. Solo deseaba que por fin conociera a un hombre que la hiciera feliz. A lo mejor así conseguía callarse diez minutos seguidos. Yo caminaba perdida en mis pensamientos sintiendo como mi piel indefensa se laceraba al contacto con las bragas.
- Pues ya hemos llegado - dijo Darla sacándome de mis pensamientos.
Ante nosotras  la correduría Seguros inmortales. Como era de esperar, no eramos las únicas solteras que habíamos ido a curiosear. La recepción de la oficina estaba repleta de mujeres de todas las edades que habían ido a echar un vistazo a los nuevos agentes de seguros que habían llegado a la ciudad. Nos acercamos a la mesa de la recepción donde un guapísimo muchacho nos desarmó con una amplía sonrisa.
- ¿Qué querían, señoritas?
Darla se quedó sin habla perdida en los ojos verdes del recepcionista. Solo podía aletear las pestañas y mojarse los labios con su gruesa lengua.
- Mi amiga Darla viene para le hagan un presupuesto para un seguro de hogar y vida.
- ¿Y usted?
- La acompaño.
- De acuerdo - escribió un número en un papel -. Hoy estamos un poco desbordados. Tengan este número y las avisaremos. Gracias por venir.
Nos alargó el papel. Su mano era grande, fuerte y elegante. La mano de un carnicero con la elegancia de un pianista. Darla suspiró tan fuerte que las bragas se le cayeron al suelo.
Buscamos un sitio libre, pero todos los asientos estaban ocupados así que nos vimos obligadas a apoyarnos en una pared y esperar.

Dos horas de mi vida perdidas entre muchachas histéricas, madres con las fotos de sus hijas y abuelas que cantaban las virtudes de sus nietas. En Contrades no había nada más sexi que un agente de seguros y todas y cada una de las mujeres de la ciudad soñaban desde pequeñas encontrar a un hombre que supiera leer la letra pequeña y llamar a un perito. Yo, que había vivido en Chipre en una comuna de poetas y en San Francisco trabajando de contorsionista, intentaba estar por encima de todo aquello, pero debo confesar que un poco de esperanza sí que aleteaba en mi interior.
- El 197. Pase al despacho tres. - dijo una voz grave que hizo que los pechos de Darla temblaran.
- ¡Por fin! - exclamé -. Venga, acabemos con esto de una vez. Que te tarifiquen y nos largamos.
- ¡Qué nervios! ¡Qué nervios!
Dejamos atrás aquel pandemónium de cazadoras a la busca de un agente y cruzamos una puerta que supusimos separaría la recepción de los despachos.
- ¿Qué despacho?
- El tres. ¿Es que no escuchas?
- Pero, ¿cuántos hay?
Un largo pasillo con despachos a ambos lados.
- Es éste - dije.
- Toca.
- No. Toca tú.
- Vaaaaa...
- Eres tú la que quería venir a pescar marido. Yo solo quería una manta y un documental sobre el pulgón de la patata.
- Estoy tan nerviosa que no sé si sabré llamar bien a la puerta. Por favor... soy tu mejor amiga.
- Eres mi única amiga.
- Por eso, ¿no querrás perderme?
- No me tientes.
Y llamé.
- Adelante.
Abrimos la puerta y ante nosotras, sentado a una mesa estaba el hombre más guapo que habíamos visto en nuestra vida. Rubio, de facciones dulces y suaves, pero sin perder fuerza ni masculinidad. Nos sonrió y con una mano fuerte, delicada y de uñas pulcras nos señaló las sillas que tenía delante. Nos sentamos.
- ¿Y qué puedo hacer por ustedes, señoritas?
Su voz reverberó en el pequeño despacho y en nuestros estómagos.
- Oh, dios mío - murmuró Darla -. Necesitamos con urgencia una fregona... creo que tengo una fuga.
- Mi amiga quiere un presupuesto para un seguro de vida y hogar.
- Entiendo. Por cierto, mi nombre es Jim. Y el de ustedes...
- Me llamo Darla, soltera y huérfana.
- Encantado, Darla - le tendió una mano que Darla se apresuró a envolver entre las suyas y acercarla a su busto. - ¿Y el suyo?
- ¿Yo? Me llamo Derrota Hawkins - dije.
- Derrota...
- Sí, mi madre tenía un sentido del humor peculiar.
- Es un bonito nombre - dijo Jim mientras hacía sutiles esfuerzos para recuperar su mano.
- No, no lo es.
- No estamos de acuerdo. En lengua hipamani, Derrota significa...
No llegué nunca a saber qué significaba mi nombre en una lengua que no conocía porque nos interrumpió un ruido que llegaba desde el pasillo. Golpes y gritos que parecían nacer de una violenta discusión.
- Disculpad - dijo Jim.
Se levantó de la silla, dio un tirón a Darla para recuperar su mano y salió al pasillo. Oímos su voz preguntando qué sucedía. Darla y yo nos miramos y al unísono nos levantamos y abrimos la puerta.
Jim estaba sujetando a una de las mujeres más guapas que había visto por los hombros. Morena, de largo cabello rizado, ojos grandes y mirada dura. Estaba furiosa e increpaba a quien estuviera dentro del despacho siete.
- Eres un hijo de puta y ésta no es la forma en que trabajamos. No me puedes pedir que lo deje. No puedes, ¿entiendes? He nacido para esto y ni tú ni nadie podrá impedir que salga de caza.
- Por favor, calma - decía Jim -. No es el momento.
- Déjame, Jim, déjame. Solo quiere patearle la cabeza a ese hijo de puta.
- Calma, por favor...
Admiraba la furia y temperamento de esa mujer. Su belleza y carácter. Nunca podría ser como ella. Se deshizo de Jim y se dirigió a la puerta. La abrió, pero antes de salir se encaró hacia el despacho siete.
- Esto no acaba de aquí, Viktor. Como que me llamo Mara, esta conversación no se acaba aquí.
Y salió.
- ¿Te has fijado? - preguntó Darla.
- ¿En qué?
- A la chica esa... le faltaba la mano izquierda.
Pero ya no escuchaba a Darla porque del despacho siete salió un hombre. Era, grande, fuerte y muy alto. Su presencia era intimidatoria.
- Jim - esa voz me trajo a la memoria habitaciones destrozadas tras una noche de amor, el sabor del bourbon, manos fuertes marcando a fuego una espalda, palizas en el patio trasero de una prisión, el sudor tras un combate de boxeo... -, ve tras Mara y cálmala. Y cuando vuelva a ser la de siempre dile que vuelva y hablaremos.
- ¿Y mis visitas?
- Yo me encargo. Señoritas - dijo girándose hacia nosotras.
Esos ojos. Tenía los ojos del color miel más hermosos y profundos que había visto en mi vida. Y los conocía.

CONTINUARÁ...

"Ciudad humana" de Carlos J. Lluch

Ciudad humana, Carlos J. Lluch, Editorial Círculo Rojo, 2012

Año 2040. Han pasado 25 años desde la aparición del primer zombi y el mundo se encuentra al borde del colapso y la humanidad, de la extinción. Pero la ciudad de Cartagena ofrece una esperanza; un lugar aislado de los muertos donde se ha erigido una sociedad muy parecida a la anterior del desastre. Y todo gracias a Gonzalo Gutiérrez, a su padre y a todos sus colaboradores. Pero justo cuando parece que la humanidad ha encontrado la paz, empiezan a sucederse extraños asesinatos y atentados que llevan a los protagonistas a situaciones límite y a verse obligados a tomar dolorosas decisiones.

Sí, Ciudad humana es otra novela de zombis con tintes postapocalipticos que nos presenta una serie de humanos (en este caso una ciudad entera) sufriendo el acoso de unos simpáticos muertos con hambre. Hasta aquí nada nuevo, de acuerdo. Pero Ciudad humana tiene las suficientes ideas interesantes y hallazgos narrativos para que su lectura sea amena y la historia que presenta se lea como nueva. ¿A qué me refiero? Para empezar, y quizá sea una de los temas que más me han interesado de la historia, es la normalidad con la que los personajes viven el tema zombi.

Han pasado 25 años y los humanos se han acostumbrado a este nuevo mundo. Para los jóvenes y los recién nacidos es el único mundo que conocen y su reacción ante la amenaza es diferente. Conviven con la muerte, con los gemidos y la fetidez. ¿Cómo conciliar el miedo de los que recuerdan otro mundo con estos jóvenes que viven confiados y que es el mundo que conocen? Por tanto, la novela se centra menos en el acoso y derribo de los muertos a los vivos (que lo hay con sus escenas de tensión, huida, caídas que acaban en una celebración de aire gore), que en la construcción de una nueva sociedad, de las nuevas normas que la rigen, la relación entre los humanos y hasta que punto están justificadas ciertas decisiones en este nuevo mundo. ¿Es cierto que situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas? Y si la respuesta es sí, ¿podremos dormir luego?

Para esto Carlos J. Lluch nos explica la historia de los grandes hombres de la ciudad, los dirigentes de esta nueva Cartagena rebautizada como Ciudad humana. El recién electo presidente, sus ayudantes, los diferentes cargos políticos, etc. Personajes compactos y bien creados que el lector poco a poco va haciendo suyos. Tanto la tríada protagonista (Gonzalo, Nacho y Álex), como los secundarios (la oposición política, los Freak's, etc.), van creando un microcosmos de relaciones complejas donde lo político se mezcla con lo personal y que acaba derivando en una páginas finales tristes, pesimistas y terribles, en el buen sentido de la palabra, se entiende. Todo esto mezclado con una buena trama de asesinatos en serie y conspiraciones políticas (¿o algo más?) que hace de Ciudad humana una lectura ágil y entretenida.

¿Y los zombis? Los zombis están. Son una amenaza terrible y real a la que los personajes se acostumbran y con los que conviven. Hasta llegan a olvidarse de ellos y entonces golpean en unas escenas crudas y violentas.

Ciudad humana es una buena primera novela y una lectura con la que he disfrutado. Para mi gusto hay algunos puntos que me hubiera gustado ver más desarrollados (es una de las pocas historias zombi donde los personajes son conscientes de la herencia Z del cine, la televisión y la literatura y el apocalipsis no los pilla en blanco), encuentro que hay alguna página de más, o algún diálogo algo forzado que por exceso de presentar información rompe la verosimilitud con la que que Lluch dialoga (pienso en la conversación de Álex y su mujer cuando mencionan a los Freaks, por ejemplo). Y he añorado algo más de las pequeñas historias de la gente que viven en esta nueva Cartagena. Más voces, más pueblo, más gente y más historias.

Sea como sea, Carlos J. Lluch me ha proporcionado unas buenas tardes de lectura zombi y me ha dejado con ganas de volver a su mundo y de ir a conocer la ciudad de Cartagena antes de que sea demasiado tarde.

Otras opiniones
Como libro por su estante
Sintonía literaria

"Los huesos del invierno" de Daniel Woodrell

Los huesos del invierno, Daniel Woodrell, Alba, 2012

Fragmento de la contraportada de la novela

"Todos los días hay que estar preparado para morir... Solo así puedes salvarte". Quien pronuncia estas palabras, drogado hasta arriba, es un tipo sin una oreja y con una gran cicatriz llamado Lágrimas. Su sobrina, Ree Dolly, anda buscando a su padre que ha desaparecido estando en libertad condicional;  si no lo encuentra, la ley le quitará la casa. Ree tiene dieciséis años, una madre enferma y dos hermanos pequeños: es el sostén de la familia y hará lo que sea para evitar el desahucio. Lo más bonito que tiene es una escopeta.

Los huesos del invierno no es una novela juvenil. Eso no quita que cualquier lector joven con inquietudes lectoras y ganas de ese algo más que tienen las grandes novelas, pueda lanzarse sin problemas encima de la historia que nos propone Daniel Woodrell. Una historia donde el frío se siente en cada página, iniciática, densa, atractiva, absorbente, simbólica y triste. Gran novela y, sobre todo, gran protagonista.

Ree Dolly, una muchacha normal de dieciséis años que tiene que llevar una casa y cuidar de sus hermanos pequeños y de una madre enferma. Un personaje redondo, carismático, lleno de matices, sin fisuras, que crece ante el lector a cada página y que está vivo. Soñar con escapar de su vida alistándose al ejercito y de ese pequeño pueblo donde casi todos son familia, donde las miradas y los silencios y las deudas son ley, lleno de pequeños fabricantes de metanfetamina, pero que se ve retenida por dos hermanos que la necesitan. La historia está explicada a través de los ojos de Ree y es por medio de su mirada cruda y repleta de arrebatos poéticos que iremos desgranando una historia de venganza y secretos por medio de medias verdades, silencios, palabras masculladas y estallidos inesperados de violencia. Una protagonista muy compleja delimitada a la perfección por Woodrell sin necesidad de ser explícito ni subrayados molestos. El ejemplo perfecto sería la compleja relación que tiene con su mejor amiga Gail. Como explicar mucho diciendo poco y escribiendo menos. Porque, además, Los huesos del invierno es una novela breve, muy breve. Un ejemplo perfecto de concisión y de cómo explicar una historia con las palabras justas.

Y acompañada de una miriada de grandes personajes secundarios. Desde el hermano pequeño hasta el silencioso vecino están tratados, bien configurados y escritos. Todos contribuyen a la historia y construir un ambiente duro y cargado.

No es una novela agradable. Hija de todos aquellos escritores que trabajaron en espacios naturales cerrados, pueblos desechos, clanes familiares al margen de la sociedad. Pienso en Caldwell, en Flannery O'Connor, en Faulkner, Cormarc McCarty, etc. Una tradición que obliga al lector a enfrentarse a historias sórdidas, personajes amorales y pequeños estallidos de humanidad y belleza entre la sordidez y la violencia. Y todo gracias a un estilo cuidado, arisco, duro y hermoso que obliga al lector a estar atento y hacer una lectura cuidada de la novela. Que nadie me entienda mal, no es una novela difícil ni experimental, pero exige un punto de atención al lector para poder saborear todo lo que esta historia ofrece.

Sin duda, Los huesos del invierno es una de las mejores novelas que he leído en lo que llevo de año y una compañera perfecta para estos días de frío. Una historia propia de la novela negra con personajes densos y una protagonista fascinante escrita con brío  nervio, sentido del estilo, con las páginas justas y produciendo ese temblor lector que solo producen las grandes historias.

"Sobrevivo" de Alex Morel

Sobrevivo, Alex Morel, B de Blog, 2011

Jane quiere morir y se sube a un avión dispuesta a ello. Pero el avión se estrella y entre la nieve y la sonrisa de un chico guapo cambia de idea y quiere vivir.

Lo mejor que se puede decir de Sobrevivo es que se lee en un momento. Una novela de lectura fácil y rápida que se devora en media tarde y a otra cosa, mariposa y esperar olvidarla pronto. Y creo que esto es lo único bueno que puedo decir de esta historia.

Mala. Sobrevivo me ha parecido una mala novela. Aquí no entran valoraciones de gusto o afinidades lectoras, Sobrevivo me parece mala. Más que eso. Me parece muy mala. ¿Por qué? Por inconsistente, increíble, mal explicada, atropellada, confusa, mal estructurada y con una historia de amor metida en medio de un relato de supervivencia que sobra y que va en contra de la propia historia. Y vuelta al tema de siempre, ¿de verdad toda historia juvenil necesita una historia de amor? ¿En serio? ¿Es qué los protagonistas no se pueden valorar por ellos mismos y no por los ojitos de maromo/a de turno? ¿Acaso la superación de traumas y problemas no puede hacerse a menos que venga acompañado de un irritante, pero guapo muchacho que con cuatro palabras tiernas consiga lo que años de terapia no han conseguido? Pero este no es un tema en el que me quiera entretener... ya hablaremos de él en algún momento.

Vamos con el libro. Y aviso que es posible que desvele parte de la trama así que quien quiera, que lo deje aquí.

El principal problema que tengo con el libro es que no me lo creo. La forma en que está planteada y explicada la historia no la trago. Me refiero a detalles como:
- el famoso cuchillo que el protagonista lleva en el avión.
- lo sencillo que le resulta a una chica con tendencias suicidas internada en un centro conseguir un cóctel mortal de pastillas.
- el propio accidente del que el chico sale sin un rasguño y ella con un chichón al que no se le vuelve a hacer referencia en toda la novela, mientras el resto de pasajeros están hechos pedazos por la nieve.
- la capacidad de escalada a un nivel de profesional de dos adolescentes sin experiencia, pero amparada en el caso de la protagonista de que con nueve años fue a un cumpleaños en un rocódromo y se descubrió muy buena.
- las oportunas cuevas siempre que se pone el sol.
- lo sencillo que es sobrellevar la sed y el hambre extremos y más aun cuando se hace un esfuerzo físico tan intenso y duro.
- que ante un accidente, los cadáveres, el hambre, la nieve, el frío, las montañas y la posibilidad real de una muerte inminente, la protagonista piense solo levantarse "estoy en los brazos de un chico" y se mire en un espejo para ver si está guapa.
- el tamaño de suite de lujo que tiene el lavabo del avión.
- etc.

hacen que la novela me chirríe por todas partes. Amén de que toda la parte de supervivencia me ha parecido (el proceso de documentación parece sacada de wikipedia y los jóvenes castores) y la narración es atropellada y confusa, sobre todo en las (imposibles) escenas de escalada.

Y los protagonistas... Jane y Paul, dos muchachos heridos que entre el horror de un accidente aéreo y la supervivencia extrema en una montaña helada encuentran tiempo para enamorarse y hacerse mimitos cumpliendo uno por uno los tópicos más irritantes. No me gusta, luego tiene una sonrisa bonita, qué buen cuerpo, está herido en sus emociones, ya no me cae tan mal, lo necesito, lo amo tanto... Y todo esto en muy pocos días, en condiciones de supervivencia extrema, sin apenas comida o agua cuando la lógica de la historia que nos presenta es que en casos como ese hay prioridades y que cuando hay frío, hambre, sed, miedo, debilidad y saberse perdido en una montaña no está el chocho para farolillos, como decía aquella.

Como personajes, nada interesantes. Inconsistentes y poco y mal definidos.

Al menos se agradece un final que huye del típico final feliz, pero que cae de lleno en las garras del melodrama.

Así que nada, Sobrevivo me ha parecido una mala novela llena de incongruencias, mal explicada, mal construida y lo que es peor, aburrida. ¿Punto positivo? Al menos es corta.

Y no puedo cerrar esto sin recomendar esta colección de relatos de Jack London sobre aventureros perdidos en la inmensidad de un desierto blanco. Esto sí que es supervivencia, esto sí que son personajes, esto sí que es literatura.


Otras opiniones
Book eater
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"Paria Z" de Bob Fingerman

Paria Z, Bob Fingerman, La factoria, 2012

Con infinita pereza para empezar nuevas sagas/series juveniles y a la espera de las continuaciones de las que tengo empezadas y sigo, rebusco en géneros que me son afines y queridos, pero a los que tengo algo olvidados. Y recuerdo los zombis. Ah, esos muertos vivientes con ganas de comer carne viva y fresca y que consiguen con su tranquilidad, parsimonia y la infinita paciencia que da la putrefacción sacar lo peor de los seres humanos que se ven obligados a convivir en un edificio, en unos grandes almacenes o en una instalación militar.

Miro y remiro y me encuentro con Paria Z. Bob Fingerman me suena como un muy interesante guionista y dibujante de cómics urbanos y de realismo sucio y viene apadrianada por Jonathan Lethem cuyos Huerfanos de Brooklyn, Cuando Alice se subió a la mesa y La fortaleza de la soledad tanto me gustaron. Así que a leer.

¿Y de qué va esto? Pues una serie de personajes encerrados en un bloque de apartamentos. Han pasado unos meses desde que los zombis se levantaron con hambre y Nueva York es una ciudad tomada por los muertos. En el bloque, malviven los protagonistas esperando una muerte por inanición. No tienen comida, casi no tienen agua y ya no les quedan esperanzas. Hasta que aparece una extraña muchacha llamada Mona a la que los zombis parecen rehuir. Y sus vidas cambian.

¿Me ha gustado Paria Z? Sí, me ha gustado. ¿Por qué?

Primero de todo, es una buena novela con zombis. Entretenida, con grandes dosis de diversión y buenos momentos de tensión y agobio. Funciona como historia z y por momentos, como sutil parodia del género. Un sentido del humor muy socarrón, caustico y negro. Con buenos personajes. Aunque los protagonistas de esta historia no dejan de ser los mismos que solemos encontrar en las historias de supervivencia (el prota sensible, el gilipollas, el beatucho, los abueletes, la muchacha, el cobarde, etc.), consiguen huir de su estereotipo e individualizarse. Sus voces son claras y sus personalidades se definen en cuatro acertadas pinceladas que los hacen creíbles. Miedos, anhelos, inseguridades, alegrías, equivocaciones, errores y cobardías. Contradictorios, crispantes, egoístas y alguno de ellos bastante hijoputa. Mención a parte merece el fascinante personaje de Mona, indiferente a lo que le rodea, escuchando música alta en sus cascos y paseando entre los zombis.

Y va al grano. Nada de páginas estableciendo qué, cómo, cuándo y por qué. Al empezar la novela el lector ya se encuentra unos meses tras el ataque. Unas pequeñas escenas nos llevan atrás para ver cómo algunos de los personajes acabaron en ese edificio. Bien situadas y elegantes. Variedad de puntos de vista y Fingerman consigue eso tan difícil de diferenciar los distintos narradores. Cada uno con sus manías, sus tics y sus obsesiones. Una polifonía de voces que hace que los personajes sean más cercanos.

Porque lo importante de esta novela es el estudio de personajes que lleva a cabo Bob Fingerman. Unos personajes atrapados en un espacio en una situación límite. Y como reaccionan ante la presión. Los zombis no son los protagonistas y, por momentos, el lector casi se olvida de ellos. Son la presión, las calles atestadas, el silencio de la noche, la fetidez de los cuerpos descompuestos y la imposibilidad de abandonar el edificio. Aunque protagonizan algunos buenos momentos, Paria Z no es una novela de grandes movimientos zombis o con explosiones de casquería y sangre, sino que es una novela intimista. Pocos personajes, grandes temas. La salvación momentánea que produce el arte o el sexo, el egoísmo, la aceptación de la diferencia, la falsa seguridad de la religión, la profunda estupidez del ser humano... Porque, naturalmente, ya sabemos todos quién es el problema y quiénes son los verdaderos monstruos.

Una buena lectura, vamos. Quizá echo un poco de menos algo más de emoción en su recta final, un climax más intenso acorde con la evolución de los personajes, pero esto no es mácula en una buena historia que me proporcionaron dos estimulantes tardes de lectura. Para quien busque una historia de zombis algo diferente, una mirada nueva al género, poca víscera y una lectura entretenida, Paria Z es estupenda.

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