Crónica de otro Sant Jordi... y ya van unos cuantos

Han pasado tres días desde que acabó el día de Sant Jordi y ya me veo capacitado para consignar un año más lo que allí acaeció y las cosas maravillosas que ocurrieron. Ha sido un año de sol, sudor, gente, palabras, cuatro litros y medio de agua y sangre (me hice una rascadita de esas pequeñas que no son ná, pero cómo duelen las condenadas que se te queda el dedo así como aaaaaaaah).

Esta historia empezó como empiezan algunas historias, con un tipo despertándose.
Y sí, ya sé que se trata de uno de esos clichés horrorosos de la literatura; el tipo que se despierta y relata un día de su vida que lo será todo y habla de lo que desayuna y todo eso, pero es que nadie dice que la vida esté libre de clichés y, leñe, es que el día de Sant Jordi empezó cuando me desperté que la noche de antes me fui a dormir antes de las doce. Y es mi historia y la explico como quiero. Con casinos y furcias.

Así que suena el despertador a las seis y media de la mañana.
Para un librero que tiene que montar un parada de libros bastante tarde. Sé de algunos libreros que a las cinco y media ya están poniendo libros en la plaza de su pueblo, pero, en serio, no es necesario. Suena el despertador. Abro los ojos. Aparto a los gatos de encima y al lado y voy a hacer el tradicional pipí de Sant Jordi. Por el camino tropezamos como dos barcos con Niño Lobo que ya ha dejado de se Niño para ser PrePuber, pero es demasiado largo. Nos cruzamos; él con su olor a almizcle de adulto que se está formando, yo con mi primer olor a muerte y podredumbre al haber cruzado ya la mitad de mi vida.

Sant Jordi no me pone especialmente optimista.

Ducha rápida de esas sin pasión ni deseo y solo con ganas de meterse otra vez en el colchón del suelo, vestirse cómodo y un desayuno a base de té con leche y tostadas. Me quedan diez minutos antes de irme así que leo un poco. El beso del traidor de Erin Beaty. Bien. Ya hablaré de ella otro día porque ahora toca ir a la plaza.

La plaza.

Plaça de Cal Font, donde se ponen las paradas de Sant Jordi.
La foto es de hace unos años, pero sirve para haceros una idea.
La flecha indica donde se pone este sexi librero de huesos anchos.
El sofisticado diseño es mío. Soy más apañado que una jarrilla de lata.

Ocho menos cuarto y empezamos a descargar la furgoneta. Las mesas, los caballetes, las cajas llenas de libros. Por primera vez en muchos años la propuesta de llevar menos libros parece que se ha cumplido. Y venga, a poner caballetes, la tela, a abrir cajas y a ver dónde y cómo coño pongo todo esto. Porque que hayamos traído pocos libros no quiere decir que haya pocos libros. Esta año cerca dos mil ochocientos ejemplares. Repito, 2800 ejemplares. Lo dicho, menos que otros años y mucho menos que aquella jornada de infausto recuerdo donde, cual juego de la verdad en una mansión abandonada, se nos fue de las manos y aparecieron cerca de cinco mil libros que no cabían.

El día acompaña pese a los habituales agoreros que sobrevuelan el montaje de las paradas con su clásico "no sé si el tiempo aguantará" o "esas nubes me parecen que llevan lluvia". Hará buen tiempo, el sol pegará fuerte y volverá a dejarme un saludable color crustáceo deseable en la cara y los brazos. A las nueves y media, sobre el tiempo previsto, la parada está montada.


Y empieza el espectáculo.
Las primeras ventas. Un libro sobre el procés y uno de cocina baja en grasa.
Al ser laborable, la plaza se ve inundada de colegios.
A ver las paradas. Y estos colegios se dividen entre los que no tocan, preguntan, miran los cuentos con cuidado y mimo y los otros, los que liberan a los críos de las correas y se abalanzan sobre los ejemplares como cerdos sobre el cadáver de un soplón. A eso se añade los clientes que buscan, preguntan, miran, piden consejo y compran. Y grupos de cuatro o cinco adolescentes que armados con libreta y bolígrafo hacen un trabajo sobre los que más se vende en Sant Jordi y tienen la misión de preguntar a los libreros y... no es buena idea, en serio. Llega un momento en que el librero está muy liado con cincuenta personas personas queriendo preguntar y comprar como para atender a los que solo quieren saber cuál es el libro más vendido o son incapaces de apuntar solos un título. Y, claro, dices que ahora no puedes atender y te responden con un "puto gordo cabrón de mierda" y, claro, no puedes arrancarles la cabeza porque estás ocupado y eso se queda dentro como una astilla y...

Llega el primer gran momento de la jornada.
Una niña de unos nueve o diez años de ojos enormes y sonrisa malvada.
- Hola, ¿me das un libro gratis?
- ¿Por qué te tendría que dar un libro gratis? Si tú me das un billete, te doy uno.
- Es que mi abuela se ha muerto hace poco y estoy muy triste.
- ¿Tu abuela ha muerto?
- Sí, y estoy muy triste y me tienes que dar un libro.
- ¿Estás utilizando la muerte de tu abuela para sacarme un libro?
- Sí.
- Eso es muy miserable. Eres una persona horrible.
- ¿Pero me das el libro?
- No.
- Put...
Imagináis el resto.

¡No ves que estoy triste gordo de mierda! Dame el puto libro o te pasará lo mismo que a mi abuela.

Pasa la mañana y vamos bien. Tres a la librería, cuatro nos quedamos en parada. Buena afluencia de gente hasta que llaman de tienda y piden que alguien vaya. El caos. Nos quedamos tres atendiendo y empieza la afluencia de gente. Pero lo controlamos.
Más o menos.
Llega el mediodía y se va. Un bocadillo mal comido mientras atiendo y busco libros.
A las cinco de la tarde llegan los refuerzos y el trabajo se multiplica por un millón.
Normal.
Soy el único que sabe dónde están las cosas y el que resuelve todas las dudas.
Sí.
No.
En la tienda.
¿Qué parte?
Dos.
Más a la izquierda.
Se ha acabado.
El amarillo.
¿Cuál de ellos?
No lo conozco.
Una estaca en el corazón.
Aquel de allí.
Se ha acabado.
Estaba por aquí.
Un buen thriller.
Para novelón, éste.
Te los vas a tragar.
Te juro que te pagaré.
Sí.
Más allá.
¿Cuánto era?
¿Dónde está el tpb?

Preguntan por el libro más vendido, una recomendación para alguien que odia leer, si puedo utilizar mi pinganillo para decirle a los de la librería que lleven a la parada un libro que cree que tienen allí, la amiga de una de las libreras pide por whatsapp que le pasemos fotos de todos los libros que tenemos en la parada para poder elegir uno para su novio...

- ¿Y esto no lo tenéis en tapa dura?
- No lo hacen.
- Pero es que esto no es un libro.
- Sí, es cartoné. Tapa blanda, pero es un libro.
- Esto es un catálogo. Es que mi nieto tiene todos los libros en tapa dura y quería éste, pero lo quiere en libro de verdad, no en esta tapa que debe ser catálogo o bolsillo.
- Señora, no lo hacen. No hacen todos los libros en tapa dura.
- Eso no lo sabes.
- Sí que lo sé.
- Mi nieto los tiene todos en tapa dura. ¿En la tienda lo tendrán?
- No, porque no lo han hecho.
- Porque no lo quieres vender... esto no es un libro.


El señor que me planta delante una lista de libros y me pregunta si tenemos La educación sentimental.
- No, lo siento, no lo tenemos. No hemos traído clásicos.
- No es un clásico.
- Es una novela del siglo XIX. Es un clásico.
- La traducción es nueva.
- Pero el libro es clásico.
- Es un libro de una gran modernez técnica.
- Ahora no podemos ponernos a discutir de literatura.
- Pero, ¿lo tienes?

Alguien que pide cualquier mierda para alguien que no se leerá el libro.
No digo qué le di porque no quiero tener problemas con el autor. Aunque él sabe que la novela que ha escrito es pura basura.

Una chica busca algo parecido a Hombre rico, hombre pobre.
Me hago ilusiones de que Falconetti ha vuelto.
Luego resulta que busca algo parecido a Padre rico, padre pobre.
Pero el rato en que estuvimos pensando qué se podría parecer al culebrón ese fue divertido.

Este es Falconetti.
Si no sabéis quién es es que sois demasiado jóvenes y os odio.

La tarde es una locura.
Hacía años que no se trabajaba tanto y a niveles de agobio tan altos. No sé qué ha pasado. No sé si es el tiempo, la situación política, el agua, las bajas presiones, los sacrificios de malos autores que hice el día anterior, mis bailes desnudo en la fuente de los Ancestros, pero hay muchas más gente que en años anteriores. En la plaza está siendo una locura.

Mientras tanto en la librería...


A partir de las nueve de la noche empezamos a recoger. Quitar etiquetas de los libros de reposición y empezar a montar cajas. A las nueve y media, sin excusas. Ya es tarde. Se hace de noche y quien no ha comprado ya, no se lo merece. Viene la furgoneta y a cargar. Llevamos los libros a la librería. Aquello es un campo de batalla. El desorden es horroroso y la compañera librera ha hecho lo que ha podido para poner un poco de orden.
Entre una cosa y otra, acabamos a las diez y media.
Para mí han sido quince horas de no parar.
Agotado. Me espera en casa un kebab. Solo sueño con quitarme los zapatos, beber mucha más agua y olvidarme que al día siguiente tengo que volver para deshacer los libros que hemos llevado y empezar a plantear las primeras devoluciones.

¿Y cuáles han sido los libros más vendidos?
¿De verdad importa?
¿Qué libros recomendé?
Eso ya me gusta más. Entre otros...





¿Conclusión de la jornada?
Muy positiva. Agotadora. Hacía años que no vivía un Sant Jordi tan intenso.
La gente en la parada muy bien. Edades muy distintas, pero todos contribuyendo.
Nada dramático excepto el tipo que me agarró del brazo para que lo atendiera y me habló de muy malos modos.
Pero se resolvió sin problemas.
Sin ningún problema.


1 comentario:

  1. Un año más disfruto de ru sufrimiento, pero con cariñoooo. Estaba deseando que nos lo contases 😊 para mí el día del libro, es el día del librero más abnegado y cachondo que conozco, es el día de Jorge 😁
    Mil besos!!!

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