Dos variaciones sobre lo gótico y las casas encantadas. Gillian Flynn y Victoria Álvarez

Niebla, crujidos de madera, casas que respiran y que sientes que te miran, tumbas, muchos secretos de familia, gritos amortiguados por el miedo a que te oigan, más niebla, fantasmas errantes, espíritus vengativos, muchos silencios, sorpresas y giros inesperados, mucha más niebla porque en esta historia se ve poco y...

Bueno, novelas gótica de misterio, de aquellas que nacieron con Udolfo, de las que se río Jane Austen y cuyos tentáculos llegan hasta hoy mismo. Y en las últimas semanas he leído dos aproximaciones a lo gótico y al subgénero de casas encantadas de manos de dos autoras a la que admiro mucho y con cuya obra disfruto horrores.

Vamos a ello.

Editado por Reservoir Books 
y traducción de mi admirado Óscar Palmer.

Este cuento es una maravilla.
Publicado en origen en la antología Canallas editada por George R.R. Martin, El adulto es la historia de una timadora que pasa de hacer pajas en la trastiendas de una pitonisa a leer las manos y hacer limpiezas energéticas y timos de este tipo. Una mujer llega y le propone limpiar la energía negativa de su casa. Ella acepta, timo y dinero fácil, y, claro, todo se complica.

El adulto es homenaje y parodia de la narrativa gótica. Mezclado e indistinguible. Un cuento que juega con con la ambigüedad (tanto narrativa como moral) de sus personajes y que acaban conduciendo al lector hacia la más absoluta y brillante confusión. ¿Qué es real y qué no? ¿Quién miente? En este relato no solo el narrador no es fiable. Y no digo más porque la gracia esta en la sorpresa.

Gillian Flynn vuelve a usar su humor más negro y socarrón, su nula piedad con los personajes (y el lector) y sus ganas de subvertir géneros. Ya lo hizo con la brillante Heridas abiertas con su inquietante mezcla de drama familiar, thriller psicológico y terror o con la negrísima Lugares oscuros o esa cruel y despiadada sátira al matrimonio y a cierta clase social que es Perdida. 

Vamos, una maravilla. 
Y con estupendas ilustraciones de Carmen Segovia.


Otras opiniones

Más ortodoxa en su propuesta, pero no por ello menos interesante, es la novela corta de Victoria Álvarez que ha editado Runas.


Una enfermera va a cuidar de una niña en una casa medio en ruinas en la costa de Normandia. La segunda guerra mundial acaba de terminar y las secuelas de ésta se encuentran presentes en el paisaje y en las personas. Allí se verá inmersa en un mundo angustioso de fantasmas externos e internos.

Una novela muy respetuosa con los códigos del género y muy integrada en el universo literario de su autora aquí con un tono mucho más severo y oscuro que en sus últimas novelas. El estilo de Victoria Álvarez es el que nos tiene malacostumbrados, rico, sereno, fluido y aunque a la historia le falta ese factor sorpresa en su resolución (hemos leído mucho y eso acaba pagando factura), su forma, el ambiente que crea, las sugestivas descripciones y escenas ambientales, especialmente cuando la protagonista se pierde por la casa o por el paisaje que la rodea, arrastra al lector hasta su resolución.

Leerlas muy seguidas ha sido una experiencia muy interesante porque permite ver como mismos motivos o figuras (casa encantada, secretos de familia, niños inquietantes, narradores poco fiables, etc) tienen plasmaciones muy distintas y muestra que éstos siguen teniendo posibilidades de nueva vida ya sean desde la parodia o desde el terror psicológico más puro. Y que ambas tengan poco más de cien páginas es maravilloso.

Bola extra

Estos días estoy leyendo Insólitas, narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España, publicado por Páginas de espuma. 


Entre los relatos propuestos está el de Mariana Enríquez La casa de Adela donde la autora propone una nueva forma de enfrentarse a las casas encantadas y la crueldad infantil.
Impresionante.
Un muy buen relato de terror que descostruye el motivo de las casas encantadas y sus implicaciones. Esas fronteras entre lo real, el recuerdo, la fantasía y el terror que se difuminan revelando lo terrorífico e inquietante de nuestra realidad.
Muy bueno, de verdad. Como la antología.
Y, en serio, si todavía no habéis leído nada de Mariana Enríquez haceos el regalo.

No hay mundo como el mundo del espectáculo. O eso dicen. Cuatro películas sobre el mundillo teatral.

Esto del reto de los Oscars tiene importantes efectos secundarios.
Veo la película que ganó ese año, pero aquella de Norma Shearer no la he visto y aquella otra nominada y, leñe, Joan Blondell, ahora tengo que ver más cosas de ella y qué es esa película con Clark Gable haciendo de mafioso y...
Y así ad nauseam.
Vamos, que llevo dos semanas que solo veo películas de los años treinta (en concreto del año 1933 hacia atrás) y parece que no saldré de ese pozo.
Es lo que tiene el cine. Que una película te lleva a otra y esa otra a todas las que te quedan por ver.
Ojo, no es una queja. Estoy porque quiero estar y porque es un cine que me gusta muchísimo, me entretiene, lo encuentro maravillosamente moderno y tiene un blanco y negro precioso.

La casualidad ha querido que las últimas cuatro películas que he visto transcurrieran en el mundo del teatro. Películas muy distintas entre sí, pero próximas en el tiempo (de 1929 a 1933), con tonos e intenciones dispares y que han acabado dando una panorámica de lo que podría ser el teatro musical y el burlesque de la época.

¿Y cuáles han sido?


42nd street dirigida por Lloyd Bacon y con espectaculares coreografías de Busby Berkeley y con Warner Baxter, Bebe Daniels, Ruby Keeler, Dick Powell y una joven y preciosa Ginger Rogers. Es una agradable comedia musical sobre los problemas de un director para montar una nueva obra teatral. Hay líos amorosos entre los actores, celos, confusiones y el estrellato de la noche a la mañana. Grandes coreografías, lujo... estamos en plena depresión y la gente iba al cine a evadirse y aunque la película esta llena de referencias a la dificultad del día a día, al final todo es alegre. Las chicas son bellísimas, los chicos son apuestos y todo acaba bien.


Gracias al éxito de esta película, pocos meses después se estrena Gold Digglers 1933 (o como se conoció aquí Vampiresas 1933) dirigida por Mervin Le Roy.


otra comedia musical con prácticamente el mismo reparto y que se ha convertido en una de mis películas favoritas. Y sí, es superficial y vacua y el enredo está mal llevado, pero da igual. Es elegante, es divertida, ligera, rápida, bien dialogada, verla me hizo profundamente feliz y sale Joan Blondell.


La película vuelve a narrar las dificultades para montar una revista y la oposición de una familia adinerada a que su hijo tenga un romance con una corista. Además de las aventuras de dos de ellas para pescar un rico; una por darle una lección, la otra por dinero. Y Ginger Rogers haciendo de corista vulgar a la caza del mismo rico y lanzando ESA mirada cuando ve al pájaro en cuestión.


La película está llena de detalles maravillosos, sean de coreografía, de vestuario, decorados o el terriblemente inquietante personaje del bebé cachondo correteando entre las coristas (y que anticipa a aquel de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?)

El mechero

Para mí todo funciona y me proporciona unos minutos estupendos. No se olvida de que se vivía en plena Depresión no solo en el retrato de unas muchachas que trabajan en lo que sea, la dificultad de financiar una obra de teatro, etc., si no en un estupendo número final que recuerda a todos aquellos soldados que vuelven a casa y no encuentran un lugar en la sociedad.

Muy bien. Con sus momentos espectaculares, cómicos, exagerados o ridículos. Amo esta película.

Unos años antes, el otro extremo.


Año 1929. El sonoro acaba de cambiar el cine para siempre. Robert Mamoulian (director a reivindicar desde ya) acepta encantado dirigir su primera película; un melodrama desatado ambientado en el mundo de burlesque sobre una madre que hará todo lo posible por salvar a su hija y que ésta no repita sus mismos errores.

La película, bien. A mí en general el melodrama no me gusta, pero esta película me fascinó por varios motivos.

Lo arriesgada y vanguardiasta que es a nivel técnico. Pensemos que estamos en 1929 y el cine está aprendiendo a andar de nuevo tras la irrupción de las películas habladas. Mamoulian se lía la manta a la cabeza y rompe con las limitaciones que imponían los micrófonos para capturar la voz de los protagonsitas. Su cámara se mueve, contornea, sube, escala... por momentos parece una mirada documental que captura una ciudad en crecimiento y unos personajes en decadencia. Una actriz de burlesque atrapada, un canalla que la utiliza y a la vez quiere abusar de su hija, una inocente que odia ese mundo, pero no puede dejar a su madre sola. Un argumento melodramático con apuntes al folletín superado por una técnica maravillosa. Y es una primera película.


El retrato del teatro de burlesque de cuarta fila. Un mundo sórdido, penoso, penoso y cruel donde cualquier atisbo de inocencia es machacado por hombres sin escrúpulos, casi animales. Esas sucesiones de primerísimos planos, el sudor, las babas, los jadeos y aplausos antes las mujeres que se desnudan ante ellos.


La fusión maravillosa que se hace de las técnicas expresivas del cine mudo para capturar emociones (las sombras del novio de la madre dominando la narración) y las experimentaciones con el sonido o una puesta en escena teatral


consiguen una película innovadora y valiente en un momento del cine donde se recompensaba este riesgo en forzar los límites del arte. Un ejemplo de esto es la maravillosa escena en la que la hija llega a Nueva York y la sinfonía de sonidos y montaje rápido que la acompaña. Por momentos parecía que estaba viendo una película de la nouvelle vague.

A medio camino entre el optimismo de las primeras películas y el patetismo de esta última se encuentra Dancing Lady (1933).


Entre la comedia musical y el melodrama. Una joven corista de burlesque  que aspira a convertirse en estrella de una gran producción de Broadway. Un joven ricachón que conspira para que esto sea posible con ya imaginamos qué intención tras tanto altruismo. Un director de escena algo tiránico con la planta de Clark Gable que se siente fascinado por esta joven bailarina. Lo que no tiene nada de raro si tenemos en cuenta que esa bailarina es Joan Crawford


La película de Robert Z. Leonard tiende al melodrama ligero con la protagonista debatiéndose entre dos hombres y su sueño por triunfar y el desarraigo del director de escena. Por eso sorprende que en medio de una escena a los Tres Chiflados con su número de golpes y tortas (a favor)


lo absolutamente kitsch de sus números musicales (el número de la cerveza alemana es para enmarcar) o las salidas de tono de algunos de sus secundarios. Por extraño que parezca, esta todo bastante bien equilibrado.

Es una película correcta y agradable sin mucho que contar, pero con un retrato simpático de las interioridades del teatro y del burlesque (sin llegar a las cotas de sordidez de Aplauso). Y sale Joan Crawford y con eso es más que suficiente para ver una película por lo menos dos veces.


A destacar, el francamente feo vestuario que le hacen llevar a Joan Crawford para enfatizar que es de clase obrera y que es algo vulgar. Esos lazos...

Ver a un primero Fred Astaire interpretando a Fred Astaire en su segundo papel en una película.


¿A por dónde voy ahora en mi recorrido por los treinta?
No lo sé muy bien, pero lo que tengo claro es que voy a sumergirme en la filmografía de Joan Blondell, nueva musa.

Sobrel El príncipe cruel de Holly Black y lo cabronas que llegan a ser las hadas

Lo que he leído de Holly Black me ha gustado.
Tanto aquella Gata blanca con lo que me lo pasé tan bien, las Crónicas de Spiderwick o aquella otra incursión en el universo cabrón de las hadas que fue El tríbuto. Me gusta porque tiene gracia, le gustan los personajes grises e intenta encontrar nuevos caminos en géneros muy transitados. No siempre lo consigue, vale, pero el empeño es digno de elogio.

Y hace unas semanas me leí su última novela publicada por estos lares, El príncipe cruel


y tenía su comentario pendiente. Pero entre los nenes, el trabajo y que cuando llego a casa solo me apetece ver cine de los años treinta



que la he ido dejando de un día para otro. Hoy he conseguido media hora y me pongo a ella.

¿Y qué tal?
Bien.
¿Y de qué va?
De hadas cabronas. De esos elfos clásicos de las leyendas que cambian niños, hacen tratos donde siempre ganan y son crueles, hermosos, vengativos y violentos. De tres hermanas, dos de ellas humanas, a las que obligan vivir en ese reino de hadas y que sobrevivir, adaptarse o huir. Intrigas en palacio, secretos de familia, crueldad...


Ha sido una buena lectura.
Una novela de fantasía juvenil que se lee en tres tardes, escrita con oficio, con argumento interesante y unos buenos personajes que, vale, ya los conocemos de otras novelas del estilo y nos sabemos su evolución, pero no por eso dejan de ser efectivos y acaban interesando. ¿Lo mejor? Un mundo mágico interesante, bien construido y al que le queda mucho por enseñar (las cortes, las relaciones entre ellas, etc.). Estamos ante un primer libro y su final apunta en esa dirección, en explorar de forma mucho más extensa un mundo hermoso, cruel y vicioso.

Eso sí, es menos sorprendente y original de lo que se cree, pero funciona bien. Si uno lleva muchas lecturas a sus espaldas, y en mi caso llevo unas cuantas, los giros, las intenciones de los personajes, lo que se supone que son las sorpresas de la novela, se intuyen a las tres páginas de lectura. No es un problema importante y la novela se disfruta; la autora lo compensa con un estilo personal y caprichoso y una buena estructura y tempo en la acción y la intriga.

El príncipe cruel ha sido una buena lectura y una forma muy interesante de entrar en un nuevo universo mágico. Un buen primera capítulo que sienta las bases para una trilogía que puede ser apasionante.

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