Leerse una mediocridad para despejar la mente. La jaula de oro de Camilla Läckberg

Si esto es un bestseller de calidad, como me han dicho varias personas, apaga y vámonos.


Cuando salió publicada la primera novela de Camila Läckberg, La princesa de hielo, estábamos en plena invasión de narrativa nórdica de crímenes. Fue el equivalente con investigadores y frío a Crepúsculo con los vampiros adolescentes o Los juegos del hambre con las falsas distopías. Läckberg entre tanta autora fue de las que sobrevivieron a la moda y su éxito se ha extendido por 11 novelas y un libro de cuentos más algún álbum ilustrado infantil (bastante malo, por cierto). La leí en un par de días y... bueno...
No me gustó.
Era lo de siempre.
Así que no me entretuve en más novelas. Sé que puede ser injusto. Es posible que la serie mejore con las novelas y bla bla bla, pero hay demasiado por leer para ir probando suerte con series tan largas.

Pero hace unos días Alejandra se me durmió encima y me quedé atrapado en una silla sin la novela que estaba en esos momentos leyendo, sin un triste tebeo o sin el teléfono. Miré a un lado, miré a otro y estirando el brazo solo llegaba a unas pocos libros. Y para pasar el rato mientras la nena dormía, pillé el primero que toqué, una galerada de La gabia d'or que me habían enviado unos días antes. Así que como no tenía otra cosa, lo empecé a leer.
¿Y qué?
Pues sí, pero no, pero vale, pero tampoco.


Porque La gabia d'or es entretenida, se lee en un suspiro mientras vigilas que la cría haga correctamente sus ejercicios de machete y está escrita con el oficio de quien lleva ya muchos años escribiendo tramas de cacos y serenos, pero no es nada nuevo ni nada del otro mundo. La trama es predecible hasta la última página, los personajes, bastante estereotipados y se mueven porque sí, no por lógica; que un personaje tiene que hacerse rico, pues se hace rico en un capítulo sin entrar en demasiadas explicaciones y forzando la credibilidad, y la paciencia, del lector. Se tira de maniqueísmo (que el lector no ponga en duda jamás que la venganza de la protagonista es justa... eliminemos cualquier atisbo de ambigüedad no vaya a ser que se nos ocurran ideas raras) y desaparece el mínimo asomo de sutilidad en el que la autora quiere que sea el tema de la novela, el empoderamiento de su protagonista y una denuncia del machismo que impregna la sociedad sueca y por ende, la europea.

Vamos, que sí, que es entretenida, pero que tampoco me ha gustado mucho. Como pasa página de piscina, funciona, pero no hay alimento, ni sustento, ni mucha gracia en lo contado. ¿Y por qué la he acabado, os preguntaréis? ¿Por qué? Si precisamente tú, Jorge, eres de los que no les cuesta nada cerrar un libro que no te gusta y a otra cosa. Por higiene. A veces leo algo mediocre después de una serie de lecturas densas y exigentes para limpiar el cerebro y desintoxicarlo; darle algo de fácil digestión para prepararlo para otra paliza.

¿Lo recomendaré en la librería? Lo dudo, aunque si me quedó sin recursos y alguien me pide de forma explícita algo fácil, ligero y olvidable, posiblemente lo tenga en cuenta. ¿Volveré a leer algo de Camila Läckberg? Lo dudo también. Quizá dentro de otros diez años.

De cuando los días de verano eran infinitos; un comentario de LOS FELICES DÍAS DEL VERANO de Fulco di Verdura

No sabía quién era Fulco di Verdura hasta que recibí este libro (el submundo del diseño de joyas no ha sido nunca foco de interés), pero de inmediato me sumergí en la lectura de sus memorias de infancia. ¿Por qué? Varios motivos, confío ciegamente en el criterio editorial de Errata Naturae, de vez en cuando me gusta leer algo que esté alejado de mis principales intereses lectores, había acabado una lectura de marines espaciales enfrentados con demonios de la disformidad y me apetecía algo más tranquilo... Sea por el motivo que sea, en un par de días he devorado Los felices días del verano y la experiencia no ha podido ser más positiva.

Los felices días del verano de Fulco di Verdura
Editado por Errata naturae con traducción de Txaro Santoro.

Fulco di Verdura, duque di Verdura, nacido en Palermo en 1898, nacido en una familia aristocrática de la vieja nobleza siciliana, futuro diseñador de joyas, amigo y colaborador de Coco Chanel, cosmopolita, viajero, culto, políglota, amigo de la alta sociedad y de estrellas de cine, sorprende con en 1976 con la publicación de unas memorias de infancia donde el famoso se diluye y aparece el niño que salvaje y feliz corría por los jardines de su casa.

No se trata de un libro de memorias donde repasa su carrera, sus amistades y logros profesionales, si no que es la evocación de los recuerdos de infancia y como se construyó su sensibilidad. El libro es un conjunto de anécdotas, recuerdos, pinceladas de sitios, retratos de personajes con el punto justo de nostalgia, mucho humor e ironía (que en ocasiones estalla en carcajada), sin caer en la sentimentalidad o la vieja trampa de "todo lo pasado es mejor". Adopta el punto de vista del niño que fue y ese es el mundo que como lector percibimos; los juegos, la impresión de los viajes, las anécdotas con la cantidad absurda de animales que había en ese jardín, el descubrimiento de la ópera. 


No es un retrato de época (aunque lo hay en usos, costumbre y tradiciones sicilianas, por ejemplo). La historia pasa a hurtadillas a no ser que afecte directamente al niño (el terremoto de Messina) porque la historia es algo que, cuando somos niños felices en un ambiente seguro, les pasa a otros. Lo que nos afecta son los interminables días de verano, las travesuras a nuestra insoportable prima, el descubrimiento de un tesoro o una habitación cerrada. Será al crecer cuando el dolor, la historia y el tiempo irrumpe como le sucede al protagonista en el último capítulo cuando un mundo se acaba y el verano llega a su fin.

Fulco di Verdura se descubre como un narrador, no literario, pero con un exquisito gusto por el retrato, una fina ironía en la composición de personajes y con mucha intuición para la composición justa de la frase (y que nosotros percibimos gracias a la buena traducción de Txaro Santoro) consiguiendo momento de verdadera emoción (como las últimas páginas del libro).

Los felices días del verano es una lectura agradable que te transporta a un mundo que ya no existe desde una mirada nostálgica, irónica y bienhumorada.