No hay mundo como el mundo del espectáculo. O eso dicen. Cuatro películas sobre el mundillo teatral.

Esto del reto de los Oscars tiene importantes efectos secundarios.
Veo la película que ganó ese año, pero aquella de Norma Shearer no la he visto y aquella otra nominada y, leñe, Joan Blondell, ahora tengo que ver más cosas de ella y qué es esa película con Clark Gable haciendo de mafioso y...
Y así ad nauseam.
Vamos, que llevo dos semanas que solo veo películas de los años treinta (en concreto del año 1933 hacia atrás) y parece que no saldré de ese pozo.
Es lo que tiene el cine. Que una película te lleva a otra y esa otra a todas las que te quedan por ver.
Ojo, no es una queja. Estoy porque quiero estar y porque es un cine que me gusta muchísimo, me entretiene, lo encuentro maravillosamente moderno y tiene un blanco y negro precioso.

La casualidad ha querido que las últimas cuatro películas que he visto transcurrieran en el mundo del teatro. Películas muy distintas entre sí, pero próximas en el tiempo (de 1929 a 1933), con tonos e intenciones dispares y que han acabado dando una panorámica de lo que podría ser el teatro musical y el burlesque de la época.

¿Y cuáles han sido?


42nd street dirigida por Lloyd Bacon y con espectaculares coreografías de Busby Berkeley y con Warner Baxter, Bebe Daniels, Ruby Keeler, Dick Powell y una joven y preciosa Ginger Rogers. Es una agradable comedia musical sobre los problemas de un director para montar una nueva obra teatral. Hay líos amorosos entre los actores, celos, confusiones y el estrellato de la noche a la mañana. Grandes coreografías, lujo... estamos en plena depresión y la gente iba al cine a evadirse y aunque la película esta llena de referencias a la dificultad del día a día, al final todo es alegre. Las chicas son bellísimas, los chicos son apuestos y todo acaba bien.


Gracias al éxito de esta película, pocos meses después se estrena Gold Digglers 1933 (o como se conoció aquí Vampiresas 1933) dirigida por Mervin Le Roy.


otra comedia musical con prácticamente el mismo reparto y que se ha convertido en una de mis películas favoritas. Y sí, es superficial y vacua y el enredo está mal llevado, pero da igual. Es elegante, es divertida, ligera, rápida, bien dialogada, verla me hizo profundamente feliz y sale Joan Blondell.


La película vuelve a narrar las dificultades para montar una revista y la oposición de una familia adinerada a que su hijo tenga un romance con una corista. Además de las aventuras de dos de ellas para pescar un rico; una por darle una lección, la otra por dinero. Y Ginger Rogers haciendo de corista vulgar a la caza del mismo rico y lanzando ESA mirada cuando ve al pájaro en cuestión.


La película está llena de detalles maravillosos, sean de coreografía, de vestuario, decorados o el terriblemente inquietante personaje del bebé cachondo correteando entre las coristas (y que anticipa a aquel de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?)

El mechero

Para mí todo funciona y me proporciona unos minutos estupendos. No se olvida de que se vivía en plena Depresión no solo en el retrato de unas muchachas que trabajan en lo que sea, la dificultad de financiar una obra de teatro, etc., si no en un estupendo número final que recuerda a todos aquellos soldados que vuelven a casa y no encuentran un lugar en la sociedad.

Muy bien. Con sus momentos espectaculares, cómicos, exagerados o ridículos. Amo esta película.

Unos años antes, el otro extremo.


Año 1929. El sonoro acaba de cambiar el cine para siempre. Robert Mamoulian (director a reivindicar desde ya) acepta encantado dirigir su primera película; un melodrama desatado ambientado en el mundo de burlesque sobre una madre que hará todo lo posible por salvar a su hija y que ésta no repita sus mismos errores.

La película, bien. A mí en general el melodrama no me gusta, pero esta película me fascinó por varios motivos.

Lo arriesgada y vanguardiasta que es a nivel técnico. Pensemos que estamos en 1929 y el cine está aprendiendo a andar de nuevo tras la irrupción de las películas habladas. Mamoulian se lía la manta a la cabeza y rompe con las limitaciones que imponían los micrófonos para capturar la voz de los protagonsitas. Su cámara se mueve, contornea, sube, escala... por momentos parece una mirada documental que captura una ciudad en crecimiento y unos personajes en decadencia. Una actriz de burlesque atrapada, un canalla que la utiliza y a la vez quiere abusar de su hija, una inocente que odia ese mundo, pero no puede dejar a su madre sola. Un argumento melodramático con apuntes al folletín superado por una técnica maravillosa. Y es una primera película.


El retrato del teatro de burlesque de cuarta fila. Un mundo sórdido, penoso, penoso y cruel donde cualquier atisbo de inocencia es machacado por hombres sin escrúpulos, casi animales. Esas sucesiones de primerísimos planos, el sudor, las babas, los jadeos y aplausos antes las mujeres que se desnudan ante ellos.


La fusión maravillosa que se hace de las técnicas expresivas del cine mudo para capturar emociones (las sombras del novio de la madre dominando la narración) y las experimentaciones con el sonido o una puesta en escena teatral


consiguen una película innovadora y valiente en un momento del cine donde se recompensaba este riesgo en forzar los límites del arte. Un ejemplo de esto es la maravillosa escena en la que la hija llega a Nueva York y la sinfonía de sonidos y montaje rápido que la acompaña. Por momentos parecía que estaba viendo una película de la nouvelle vague.

A medio camino entre el optimismo de las primeras películas y el patetismo de esta última se encuentra Dancing Lady (1933).


Entre la comedia musical y el melodrama. Una joven corista de burlesque  que aspira a convertirse en estrella de una gran producción de Broadway. Un joven ricachón que conspira para que esto sea posible con ya imaginamos qué intención tras tanto altruismo. Un director de escena algo tiránico con la planta de Clark Gable que se siente fascinado por esta joven bailarina. Lo que no tiene nada de raro si tenemos en cuenta que esa bailarina es Joan Crawford


La película de Robert Z. Leonard tiende al melodrama ligero con la protagonista debatiéndose entre dos hombres y su sueño por triunfar y el desarraigo del director de escena. Por eso sorprende que en medio de una escena a los Tres Chiflados con su número de golpes y tortas (a favor)


lo absolutamente kitsch de sus números musicales (el número de la cerveza alemana es para enmarcar) o las salidas de tono de algunos de sus secundarios. Por extraño que parezca, esta todo bastante bien equilibrado.

Es una película correcta y agradable sin mucho que contar, pero con un retrato simpático de las interioridades del teatro y del burlesque (sin llegar a las cotas de sordidez de Aplauso). Y sale Joan Crawford y con eso es más que suficiente para ver una película por lo menos dos veces.


A destacar, el francamente feo vestuario que le hacen llevar a Joan Crawford para enfatizar que es de clase obrera y que es algo vulgar. Esos lazos...

Ver a un primero Fred Astaire interpretando a Fred Astaire en su segundo papel en una película.


¿A por dónde voy ahora en mi recorrido por los treinta?
No lo sé muy bien, pero lo que tengo claro es que voy a sumergirme en la filmografía de Joan Blondell, nueva musa.

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